viernes, abril 30, 2010

Generación Sulfa



En estos tiempos en los que los programas presentando a jóvenes que no le pegan un palo al agua y que no hacen más que endrogarse a lo largo del día se han convertido casi en un género televisivo de pleno derecho; cosa perfectamente comprensible por otra parte, la posibilidad de mandar a un becario con una cámara barata a un botellón, a un hogar disfuncional o a un control de alcoholemia es increíblemente barata, y los dilemas morales que plantea no suelen afectar a la cara de hormigón armado de los productores televisivos de este país. Bueno, que como iba diciendo, ahora que según la TV los jóvenes son más drogadictos que los niggras de los projects de Baltimore, me he acordado de una bonita anécdota (casi una fábula) que un compañero de primeros años de carrera tuvo a bien contarme. El colega en cuestión se llama Juanillo, y a partir de tercero cuando decidió abandonar la carrera le perdí la pista, una pena porque anda que no organizábamos juergas cojonudas (si llegas a leer esto un saludo y perdona si tergiverso algo). La historia es en concreto la vivencia real que tuvo un compañero suyo en tiempos adolescentes, y es sin duda un hermoso relato de amor paterno-filial, si más preámbulos, ahí va:

Una del mediodía, nos encontramos en un pintoresco pueblo riojano, no demasiado grande, tampoco demasiado pequeño, lo justo para hacer sentir cómodos a sus habitantes. Nuestro protagonista abre los ojos, a pesar de la molesta resaca que rebota en los límites de su cabeza, está contento. Hoy cumple dieciséis años y a pesar de que últimamente ha dado unos cuantos disgustos a su familia (lleva repitiendo curso dos años y es consciente de ser más vago que la chaqueta de un guardia), sabe que sus padres le quieren, y que tendrán algo preparado para él. Así que baja a la cocina, se encuentra a su amante madre preparando la comida, esta le da dos besos y le felicita efusivamente. Nosotros, meros espectadores, nos fijamos en un leve rictus en el semblante de la madre, como una sonrisa aviesa; nuestro protagonista, por desgracia, no lo hace: una noche de porros y cubatas le ha dejado las capacidades cognitivas levemente tocadas. Entra su padre, con una amplísima sonrisa (quizás demasiado amplia) y con los ojos brillantes (quizás demasiado brillantes), abraza a su hijo y pronuncia las siguientes palabras:

-Bueno hijo mio, como ya te estas haciendo mayor, tu madre y yo hemos pensado un regalo adecuado para ti, te lo hemos dejado en el garaje

Ante estas declaraciones la reacción de nuestro protagonista solo puede calificarse de entusiasmada:

-¡Hostia! ¡Hostia! ¡Me habéis comprado la moto! ¡Me habéis comprado la moto! ¡De puta madre! ¡Os quiero, sois los mejores padres del mundo!

Sin saber lo peligrosamente cierta que es la última frase pronunciada por nuestro protagonista, este se arroja escaleras abajo, deseoso de acariciar su sueño de dos ruedas, pensando los usos que le va a dar (flipar con los colegas, ir a comprar costo, impresionar a las muchachas). Llega al final de las escaleras, abre la puerta y contempla ensimismado el regalo que le han hecho sus progenitores.




Una azada y una sulfatadora nuevas y relucientes recién compradas. Nuestro protagonista, con dieciséis años recién cumplidos, comprende que se abre una nueva etapa de su vida y que a partir del lunes siguiente va a ir a trabajar al campo con su padre todos los días. Su sonrisa congelada, reflejo de su cerebro congelado, nos muestra que por fin ha comprendido la verdadera dimensión del amor que sus padres sienten por él. Mientras, una dulce canción comienza a hacer compañía a la resaca (que ahora resurge como un águila alzando el vuelo) en su pequeña cabecita.




Esta es el bonito relato que quería compartir con vosotros hoy, mientras me lamento de que no existan ya casi padres que quieran a sus hijos lo suficiente como para mandarlos "¡A cavar Zanjas!". Es una lastima, porque de seguir así no sé que nos deparara El Futuro.


lunes, abril 12, 2010

Nigga richer than a motherfucker!

No sé si alguno conoce la figura de Steven Levitt, para los que no, adelantaros que el tío es un autentico artista: Economista de la universidad de Chicago, pero lo que le ha dado fama no es precisamente la rama de la economía (o no solamente economía), sino su capacidad de aplicar análisis racionales basándose en datos ya existentes (estos a menudo económicos) sobre diversos temas y fenómenos sociales, culturales, científicos y si, también económicos a veces. A pesar de ser un poco flipado y de meterse en embolados en los que no tiene mucha idea, una de las razones por las que resultan bastante interesantes sus temas es que suele atacar la raíz de ideas preconcebidas o temas polémicos, desmontando creencias preestablecidas mediante datos. Varios de estos estudios se pueden encontrar en sus libros "Freakonomics" y su segunda parte "SuperFreakonomics", lecturas más que recomendables.

En los libros nos podemos encontrar, entre otros ejemplos, sus estudios que relacionan el número de abortos con los índices de criminalidad, la seguridad de los asientos para niños en los coches, porque es mucho más fácil llevar un buen nivel de vida siendo puta que arquitecto y otros más. Y de entre todos destaco el caso que nos ocupa hoy, uno de sus estudios más famosos, y que presento en una charla TED (agregad el sitio a vuestros marcadores porque es uno de los que os hacen mejor persona) con el título de "Is Thug life a happy life?" en el que se desglosa la influencia que ha tenido desde mediados de los ochenta la venta del crack (el derivado de la cocaína) en EEUU y se nos desvelan entre otras cosas porque los traficantes siguen viviendo con sus madres. Son 20 minutos de conferencia, pero el tío es un comunicador bastante ameno y divertido y el tema es muy interesante, además podéis ponerle subtítulos en varios idiomas.



Si os interesa también tiene otra charla bastante maja (aunque inferior a mi modo de parecer) más reciente en el TED, acerca de la supuesta seguridad de las sillas para niños en los coches.

Y como hoy estoy generoso en recomendaciones, os voy a decir la verdadera razón por la que me he acordado del estudio que hizo este hombre y he visto que existía esta charla. Este no es otro que mi reciente enganche a "The Wire" la aclamada serie de la HBO que relata los entresijos de la venta de drogas en los suburbios de Baltimore, y de como policías y negratas traficantes se enfrentan. Serie realista, sobria, extremadamente compleja (más de 50 personajes ninguno de ellos polarizado, sin flashbacks explicativos ni otros recursos trampa para dárselo todo mascado al público), pero que si consigues dedicarle tu atención y tu capacidad te devuelve en compensación más que casi ninguna otra serie que se haya hecho nunca.



Os dejo con el comienzo del primer capitulo y los créditos iniciales, y con una de mis escenas favoritas (que se repetirá en varias ocasiones), la aparición del personaje más badass de toda la serie: ese Robin Hood chungo de los suburbios que es Omar, con su cancioncilla, su gabardina y su escopeta recortada; que con su sola aparición hace huir a los traficantes más duros.